Recortes de Prehistoria asturiana

 Un verano de 10.000 años

 Troncos, hielo, polen y microorganismos

 El chamanismo y las alucinaciones pudieron generar el arte rupestre

 El valor múltiple de la Prehistoria asturiana

Artículo puesto en línea el 5 de marzo de 2007
última modificación el 27 de marzo de 2007

por Prenseru

 Un verano de 10.000 años

 Troncos, hielo, polen y microorganismos

 El chamanismo y las alucinaciones pudieron generar el arte rupestre

 El valor múltiple de la Prehistoria asturiana

5/3/07

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Sociedad

Un verano de 10.000 años

El cambio climático al que parece abocado el planeta es uno más de los registrados desde el final de la última glaciación, pero el primero provocado por la actividad humana

LUIS ALFONSO GÁMEZ/

El último invierno planetario fue muy crudo. Duró unos 60.000 años y, en su época más fría, entre hace 24.000 y 18.000 años, un tercio de todas las tierras emergidas se encontraba bajo el hielo. El ser humano no ha vuelto a vivir en un mundo tan frío. Las islas Británicas estaban cubiertas por una capa de hielo de 1,5 kilómetros de espesor, que alcanzaba los 3 kilómetros sobre Escandinavia. El nivel del mar estaba 150 metros por debajo del actual, y las temperaturas medias eran, en la cuenca mediterránea, 10º C más bajas.

«La línea de hielo permanente se situaba en torno a los 50º de latitud Norte», ilustra Jesús Emilio González Urquijo, prehistoriador de la Universidad de Cantabria. Podía irse andando sobre el Atlántico Norte congelado desde Europa hasta Norteamérica, aunque no consta que ningún europeo lo hiciera. Hacía tiempo que habían desaparecido los neandertales y, en el Viejo Continente, sólo vivían los ’Homo sapiens’. «Nuestros antepasados abandonaron algunas regiones, pero en otras se adaptaron. Usaban fuego y pieles para calentarse, y cazaban lo que podían». Al norte de la península ibérica, entraban en su dieta renos, rinocerontes lanudos y mamuts, animales de ecosistemas fríos.

EL ÚLTIMO CAMBIO BRUSCO

11º C de subida en 40 años

En las zonas central y occidental del continente, no quedó nadie. Los clanes que vivían en esas regiones emigraron hacia el Sur, siguiendo a los animales de los que se alimentaban. Muchos se refugiaron en la cornisa cantábrica, el norte de Italia y la actual Ucrania. Allí sobrevivieron a la espera de unos tiempos mejores que llegaron de repente hace unos 10.000 años. «La temperatura subió en Groenlandia 11º C en 40 años», explica Antoni Rossell, del Instituto de Ciencias y Tecnologías Ambientales de la Universidad Autónoma de Barcelona. Entonces, parte de los refugiados en el Cantábrico repobló Europa Occidental, mientras que algunos de sus contemporáneos de Ucrania se expandieron por el centro del continente, según revela el cromosoma Y, el masculino, de los europeos actuales.

Rossell es paleoclimatólogo. Estudia la evolución del clima antes de los registros instrumentales, que únicamente cubren los último 150 de los 4.600 millones de años que tiene nuestro planeta. Sus ’termómetros’ son los anillos de los árboles, los sedimentos depositados en el fondo de los lagos y del mar, con los restos de los organismos que puedan conservar, el hielo antártico... «Nos sirve cualquier cosa que podamos medir y observar a través del microscopio». El hombre del siglo XX puede, así, saber cómo era el clima en tiempos de los dinosaurios y mucho antes.

«Hace 1.000 millones de años, la Tierra era una bola de hielo. Y, hace 50 millones de años, no había ni polos. Ahora, estamos en una época relativamente fría y, dentro de ella, en un periodo interglaciar que tampoco es el más cálido del que tenemos noticia», explica Rossell. En los años 60 del siglo pasado, lo que preocupaba a la comunidad científica no era un calentamiento global, sino un enfriamiento por una glaciación que tarde o temprano tenía que llegar.

La historia de la Tierra es una sucesión de periodos fríos y cálidos, en ciclos de 23.0000, 41.000 y 100.000 años, debidos a cambios periódicos en el eje de rotación del planeta y en su órbita alrededor del Sol. Ahora, por primera vez, la actividad humana puede estar contribuyendo a que el clima cambie. No en vano, las 360 partes por millón (ppm) de CO2 que hoy hay en la atmósfera superan ampliamente las concentraciones de los periodos más fríos (200 ppm) y más cálidos (280 ppm) de los últimos 740.000 años. «Suponen el mismo incremento que se da entre epocas interglaciares y glaciares, cuando el clima cambia de manera brutal», advierte Rossell.

EL CONTROL DE LA NATURALEZA

Clima y agricultura

El último cambio de ese tipo fue para bien. Marcó hace 10.000 años el final de la glaciación Würm y de las penurias de las tribus euroasiáticas de cazadores recolectores, al coincidir en el tiempo con el nacimiento de la agricultura en Oriente Próximo. En opinión del prehistoriador Gordon Childe (1892-1957), la desertización que provocó en la región el cambio climático llevó al ser humano y a los animales a verse obligados a convivir en los oasis, y de esa convivencia forzosa surgió la domesticación de animales y plantas. Después, la agricultura y la ganadería se expandieron al resto del mundo.

Childe era difusionista. Creía que las innovaciones se daban sólo una vez en la Historia, en un lugar desde el que luego se irradiaban. Hoy se sabe que la domesticación de animales y plantas no surgió, sin embargo, una vez, sino varias: en Mesopotamia, Mesoamérica, América del Sur y el Sudeste Asiático, al menos. La ’hipótesis climática’ para explicar los primeros cultivos de Oriente Próximo tampoco satisface a los prehistoriadores actuales. «El origen de la agricultura arranca dos milenios antes del cambio climático, con cazadores recolectores que siegan los cereales sin domesticarlos», explica González Urquijo. La agricultura es producto de un largo proceso que comienza bastante antes del final de la última Edad del Hielo.

Bill Ruddiman, profesor emérito de Ciencias Ambientales de la Univesidad de Virginia, sostiene que el hombre empezó a influir sobre el clima hace ya 8.000 años, con el comienzo de la deforestación masiva para liberar suelo cultivable. Ruddiman afirma que entonces dio inicio el Antropoceno, nueva época del Cuaternario que se caracterizaría por las grandes consecuencias ecológicas de la actividad humana. «Me es muy difícil pensar que el impacto climático haya sido notable desde ese momento, cuando la capacidad tecnológica de influir en el medio era muy baja», argumenta González Urquijo. La mayoría de los científicos fecha el inicio del Antropoceno a finales del XVIII, con la invención de la máquina de vapor, la industrialización y el inicio de la emisión masiva de gases de efecto invernadero.

CALOR Y FRÍO MEDIEVALES

Tragedia vikinga en Groenlandia

El clima no ha dejado de cambiar desde el final de la última glaciación. Las dos fluctuaciones recientes más destacadas se conocen como el Óptimo Medieval y la Pequeña Edad del Hielo. Se dieron entre 700 y mediados del siglo XIX, y se consideran relacionadas con variaciones en la luminosidad solar. Durante el Óptimo Medieval, que se prolonga seis siglos, las temperaturas ascienden en el hemisferio Norte hasta el punto de que la vid llega a cultivarse en el sur de Inglaterra.

Es cuando Erik el Rojo, un vikingo que huye de Islandia tras cometer un asesinato, desembarca en una isla al otro lado del Atlántico en 982 y la bautiza como Groenlandia (tierra verde). En realidad, el verdor se limita a dos zonas del suroeste en las que funda asentamientos; el resto de la isla está helada.

Hacia 1300, un enfriamiento climático marca el inicio de la Pequeña Edad del Hielo y se ceba en los habitantes de la colonia vikinga, que en su época de esplendor había llegado a estar ocupada por 5.000 personas. Los primeros europeos en pisar América son incapaces de adaptarse a las nuevas condiciones y aguantar el acoso de los esquimales. Acaban extinguiéndose. «El de los vikingos de Groenlandia es un caso extremo, muy trágico», dice Juan José Larrea, medievalista de la Universidad del País Vasco. Para él, si se exceptúa ese caso, en la Edad Media el clima no pone al hombre entre la espada y la pared. «Es un factor más que agrava los efectos de la crisis estructural del sistema feudal, de la que nacerán las monarquías absolutas».

El feudalismo cae, se pierden cosechas por el frío y estalla la peste de 1347-48, que mata a 25 millones de personas en Europa. Diezma un continente cuya población se había, al menos, triplicado desde el año 1000. «La peste negra llega por casualidad y no hay nada que hacer contra el virus, aunque estés bien alimentado», argumenta Larrea. Pronto, los europeos se recuperan de las hambrunas, la crisis feudal y la peste, y se expanden por América. El periodo más crudo de la Pequeña Edad del Hielo -que acabó a mediados del XIX- se registra entre 1645 y 1715. Es lo que se conoce como el Mínimo de Maunder, al final del cual Amati, Guarneri y Stradivarius construyen sus preciados violines.

Científicos estadounidenses apuntaron en 2004 la posibilidad de que, a la maestría de los grandes ’luthiers’ de la época, se unieran las características especiales de la madera de árboles que crecieron en ese periodo tan frío, lo que «marcó, quizá, la diferencia en el tono y brillantez de los instrumentos», argumentaban el climatólogo Lloyd Burckle y el dendocronólogo Henry Grissino-Mayer en la revista ’Dendrochronologia’.

A diferencia de las fluctuaciones climáticas medievales, la actual no es de origen sólo natural. El último informe Grupo Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC) asegura que se debe a la actividad humana, a los gases de efecto invernadero echados a la atmósfera desde el inicio de la Revolución Industrial.

Rosell recuerda que, a un cambio climático, sobreviven todos los que pueden moverse, que el caso vikingo es una excepción. «La mayoría de los seres vivos se adapta. Otra cosa es que no nos gusten los cambios cuando lo tenemos todo bien montado».


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Sociedad

Troncos, hielo, polen y microorganismos

L. A. G./
Troncos, hielo, polen y microorganismos

REGISTRO. Sección de un roble con sus anillos fechados. / E. C.

El registro instrumental de las variables meteorológicas no se remonta más allá de 1850. Sin embargo, los paleoclimatólogos saben cómo ha evolucionado el clima terrestre en millones de años, gracias a los anillos de los árboles, las muestras de atmósfera atrapadas en hielo, los esqueletos de corales, el polen fósil y los microorganismos atrapados en el fondo de lagos y mares.

Para épocas recientes, una buena herramienta son los árboles. Del estudio de sus anillos se encargan los dendrocronólogos. Los árboles suman cada año una capa a su corteza, un anillo cuyo espesor varía de acuerdo con las condiciones ambientales, la riqueza del suelo, la salud de la planta... Así, durante el Mínimo de Maunder, entre 1645 y 1715, el frío extremo hizo que los árboles europeos ’engordaran’ anualmente muy poco; lo contrario que en épocas calidas.

Los árboles pueden vivir mucho tiempo. En 1957, se encontró uno en Estados Unidos que tenía 4.723 años, que nació antes de que se empezarta a construir la Gran pirámide. Superponiendo la serie de anillos de un árbol actual con la de otro anterior, tendremos una serie más larga, que podremos ampliar hacia atrás según encontremos árboles más antiguos. Los registros dendrocronológicos ofrecen información de los últimos 15.000 años.

«Los árboles muertos quedan muy bien preservados en el fondo de algunos lagos donde no hay oxígeno y, por tanto, no se pudren», explica Antoni Rossell. La ventaja de este sistema es que permite conocer las variaciones en el crecimiento de año a año; la desventaja, que el crecimiento «depende de más variables que las climáticas. Nos da aproximaciones, como el polen fósil». El polen hallado en los sedimentos de lechos de lagos y mares permite saber qué plantas había en la región en determinada época e inferir de ahí el posible clima.

Lo más fiable es el análisis del aire contenido en el hielo antártico, del que se han recuperado muestras de hace 740.000 años. «Es un viaje hacia un pasado que ha quedado ahí atrapado», indica el paleoclimatólogo. Para ir más atrás en el tiempo, están los sedimentos de lagos como el Baikal, que se remontan a hace más de 20 millones de años, y otros oceánicos que datan de hace 100 millones de años, cuando los dinosaurios dominaban la Tierra.


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Sociedad

El chamanismo y las alucinaciones pudieron generar el arte rupestre

David Lewis-Williams defiende esta tesis en ’La mente en la caverna’, un libro que combina antropología y neurología

LUIS IDOATE/

El chamanismo y las alucinaciones pudieron generar el arte rupestre

REPRESENTACIÓN. Vaca y friso de los ’caballitos chinos’ de la cueva francesa de Lascaux.

A Marcelino Sanz de Sautuola, descubridor de las cuevas de Altamira en 1879, le acusaron de ingenuo y defraudador. «Murió amargado y descalificado», dice el antropólogo David Lewis-Williams en ’La mente en la caverna’ (Akal). Las pinturas rupestres cántabras causaban rechazo. Demostraban que, hace 40.000 años, unos hombres hacían arte; y desautorizaban a quienes sólo utilizaban los fósiles como confirmación del diluvio bíblico. Pero las pinturas prehistóricas halladas en el sur de Francia por Émile Rivière, en 1899, y por Louis Capitan y el abate Henry Breuil, en 1901, evidenciaron de manera aplastante la existencia del arte rupestre. Y Émile Cartailhac, uno de los mayores detractores del descubridor de Altamira, escribió su famoso ’Mea culpa de un escéptico’: «Debo inclinarme ante la verdad y hacer justicia al señor Sautuola».

El ’Homo sapiens’ llegó a Europa, procedente de África, hace unos 40.000 años; poco después creó el arte parietal. Pero quedan interrogantes: ¿Por qué pintaban en el interior de cuevas oscuras? ¿Para qué salpicaban de imágenes la gruta? ¿Para qué cubrían la roca con huellas de manos? Nunca sabremos todas las respuestas, confiesa Lewis. El arte del Paleolítico Superior, entre hace 40.000 y 10.000 años, es diverso. Hay grutas con entradas grandes y pequeñas. Bisontes acurrucados que pueden estar en celo, durmiendo o pariendo. Pero la imagen siempre interconexiona con la piedra. En la Cola de Caballo de Altamira, las máscaras pintadas en la protuberancia de la roca asoman de la pared y miran al visitante.

El caso es que unos lo consideran puramente decorativo. Otros lo vinculan a ritos mágicos de caza: se pinta a los animales para derrotarlos. Para la investigadora Annette Laming-Emperaire (1917-1978), los caballos simbolizan la femineidad; los bisontes, la masculinidad. El antropólogo y etnógrafo André Leroi-Gourhan (1911-1986) va más alla: lo femenino está en el centro de las cuevas, lo masculino en toda la caverna, y los animales peligrosos en el fondo. El ’Homo sapiens’ poseía refinados utensilios de piedra, realizaba pinturas y entierros elaborados y empleaba un lenguaje moderno.

¿Fue un hombre superdotado quien representó bidimensionalmente una figura de tres dimensiones? ¿Lo hizo un solo individuo o varios de manera salpicada? Son algunas de las preguntas que se hace Lewis-Williams. Y responde: «La conciencia de nivel superior se desarrolló neurológicamente en África, antes de la segunda oleada de emigración a Oriente Medio y Europa». El ’Homo sapiens’ no inventó las imágenes bidimensionales; vivía envuelto en ellas porque eran producto de su sistema nervioso en estado alterado de conciencia. Por eso, para estudiar este arte, concluye, es necesario combinar antropología con neurología.

«La entrada a las cuevas era indistinguible del vértice mental que lleva a las alucinaciones y al trance profundo», mantiene el autor de ’La mente en la caverna’. «La roca era una membrana entre las personas y el mundo de los espíritus». A través de las drogas, la privación sensorial y patologías como la epilepsia podían alcanzar un estado de alteración mental. «Entonces todos los sentidos alucinan y las visiones causan un efecto abrumador». Un proceso que encaja con la progresión alucinatoria propuesta por el psiquiatra Ronald Siegel: luces de nieve, formas geométricas y sensaciones táctiles.

No volverá a ser el mismo

Las cuevas no las utilizaban individuos aislados, sino comunidades con unas ideas compartidas de lo que las grutas representaban y el comportamiento adecuado en ellas. «No pintaban cualquier cosa que les apetecía». Caballos, bisontes, ciervos y uros eran los motivos más frecuentes; les seguían el íbice, el mamut, los megaceros y el reno; y los más infrecuentes eran los ’hombres heridos’, de cuyos cuerpos salían varias lineas. Leroi-Gourhan prefiere hablar de ’hombres vencidos’, y los prehistoriadores Jean Clottes y Jean Courtin los llaman ’hombres matados’. También dejaban impresas las manos, de manera individual, como el ’Juan estuvo aquí’ de los turistas. Las dibujaban en positivo, tamponando la pintura con la mano en la roca; y en negativo, apoyando la palma en la piedra y soplando la pintura por encima.

El chamanismo y las visiones de un peculiar reino de los espíritus pudo generar el arte rupestre, sostiene Lewis-Williams. «Podemos contener la respiración al entrar en la Sala de los Toros (Lascaux) sin desear someternos a las creencias y al régimen religioso que los produjeron». El arte del Paleolítico Superior es un enigma arqueológico. Y quien se arrastre bajo tierra «para enfrentarse, al final de tan arriesgado viaje, con una pintura de un mamut peludo extinguido, jamás volverá a ser el mismo».


25/03/2007 - Nº 1587 www.lne.es

OPINIÓN

El valor múltiple de la Prehistoria asturiana

El «Homo sapiens», nuestra especie, llegó a Europa, procedente de África, hace unos 40.000 años y se sabe que muy pronto apareció en lo que hoy es Asturias. En ese mismo territorio vivían por entonces los últimos ejemplares de otra especie humana, los neandertales. Era algo que se ignoraba hasta hace apenas dos décadas. Pero unos huesos fósiles descubiertos por azar por tres espeleólogos gijoneses en una caverna cercana a Borines (Piloña), la llamada Cueva de Sidrón, y una investigación afortunada y sagaz permitieron identificar su presencia en Asturias. Luego, una excavación dirigida por Javier Fortea, catedrático de Prehistoria de la Universidad de Oviedo, ha ido dando magníficos frutos.

El gran número de fósiles encontrados permite considerar a Sidrón como el principal yacimiento neandertal español. Pero hay algo más destacable todavía: las condiciones de asepsia en que han sido obtenidos los fósiles los han convertido en material clave para un proyecto de investigación de primer orden en el panorama internacional: el llamado «Genoma Neandertal», que encabeza el científico sueco Svante Pääbo, director del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva, de Leipzig. El propio Pääbo elogió esta pasada semana en Madrid la metodología de la excavación de Sidrón, sin parangón en el mundo por su técnica y rigor, según sus palabras.

Pääbo alcanzó notoriedad internacional por haber desentrañado el genoma del chimpancé, del que el actual ser humano se separó hace unos seis millones de años. Si tiene importancia científica conocer las diferencias entre las dos especies, mucho más la tendrá conocer las existentes entre el «Homo sapiens» y el neandertal, que se escindieron del tronco común hace unos quinientos mil años para llevar dos trayectorias muy diferentes, signada la del «sapiens» por el éxito, pues no otra cosa significa su supervivencia hasta la actualidad, y por la del fracaso la del neandertal, que se extinguió hace unos 30.000 años. Conocer, a través de su ADN, el genoma del neandertal tiene, en teoría, una gran trascendencia, pues, al compararlo con el genoma humano actual, permitirá localizar las diferencias genéticas que explican nuestra capacidad cognitiva y, lo que pudiera tener trascendencia práctica, nuestras enfermedades. A ello contribuirán los huesos que se han ido descubriendo en la caverna de Sidrón, a cuyo interior parece que fueron arrastrados por las aguas desde el lugar en el que fueron arrojados o, tal vez, enterrados.

Más o menos por la época en que fallecieron esos neandertales los «Homo sapiens» que vivían en Asturias comenzaban a pintar en las paredes de las cuevas de caliza en cuyos umbrales vivían o se refugiaban. Unos signos en forma de puntos de la cueva de La Peña, en Candamo, son, según algunas dataciones, los vestigios pictóricos más antiguos encontrados en Europa. Tendrían unos 40.000 años de antigüedad y constituirían, por tanto, el inicio de uno de los más singulares capítulos de la historia de la existencia humana.

El arte paleolítico se desarrolla a lo largo de 25.000 años en un escenario relativamente pequeño, sin duda condicionado por la última gran glaciación del planeta Tierra, que convirtió en inhabitable la mayor parte de Europa, al dejarla cubierta de hielo. Sólo hay esta clase de pintura prehistórica en la península Ibérica y en el sur de Francia, además de algunos vestigios en Italia. Toda ella está asociada a las montañas de caliza, en las que abundan las cavidades. La cornisa cantábrica se constituyó en escenario privilegiado de este arte, que, al margen de cuáles fueran sus motivaciones -sobre las que hay diferentes teorías-, revela una emocionante maestría, con formidables hallazgos técnicos y estéticos.

En Asturias se han descubierto hasta el momento unas cuarenta estaciones de arte parietal, algunas realmente excepcionales. Todos los estilos de la pintura prehistórica, desde el auriñaciense, que es el más remoto, están representados en las cuevas asturianas, para alcanzar su máximo esplendor en el genial magdaleniense de la riosellana Cueva del Ramu, en Ardines, conocida hoy como de Tito Bustillo, en honor de uno de sus jóvenes descubridores, en 1968, pertenecientes al grupo espeleológico ovetense Torreblanca.

El Consejo del Patrimonio Histórico Nacional acordó el pasado mes de noviembre solicitar a la Unesco que declare el arte rupestre cantábrico Patrimonio de la Humanidad, del que ya forma parte Altamira. Entre las catorce cuevas para las que se pide esta catalogación figuran cuatro asturianas. Son, citadas de Oriente a Occidente: El Pindal, Llonín, Tito Bustillo y Candamo. Con ser muestras eminentes, lo significativo del arte parietal asturiano es que forma parte de un fenómeno más amplio, con el que comparte muchas características y que trasciende las actuales fronteras españolas. Por eso la idea plasmada en el Parque Prehistórico, inaugurado ayer en San Salvador de Alesga (Teverga), de ofrecer una visión de conjunto de ese fenómeno puede convertirse en un acierto con una capacidad de atracción nada desdeñable. Con el mérito adicional de ser pionera. El prestigioso experto francés Jean Clottes, que forma parte del comité científico que asesora el proyecto, no se ha recatado de decir que le gustaría ver uno igual en su país.

A los visitantes del Parque les atraerán, sobre todo, las reproducciones facsimilares de pinturas de varias cuevas señeras (Altamira, Tito Bustillo, Candamo, Chauvet, Llonín, La Covaciella, Niaux), impresionantes por su fidelidad, pero podrán además integrarlas en una visión de conjunto a través de las claves interpretativas que se les suministran. El Parque, concebido como un proyecto ambicioso -supondrá una inversión de 10,2 millones de euros, procedentes de los fondos mineros-, persigue conseguir un efecto dinamizador para una zona hoy deprimida, como Teverga, que ha sido elegida como escenario no tanto por la importancia de sus pinturas autóctonas -tiene ejemplos notables en los abrigos de Fresnedo- como por una razón geológica, pues es el concejo más occidental asturiano al que llegan las montañas de caliza.

Para lograr ese efecto no sólo deberá conseguir notoriedad, sino inducir iniciativas complementarias en la comarca. Es decir, que la iniciativa privada local engrane con el proyecto. En cuanto al posible número de visitantes, la gran referencia es Altamira, cuya neocueva, reproducida por los mismos artistas que han realizado las pinturas facsimilares de Teverga -Matilde Muskiz, Pedro Saura y Begoña Millán-, atrae a más de 400.000 personas al año. El gerente del parque tevergano, Félix Fernández de Castro, ha declarado que se sentiría satisfecho con una cuarta parte de visitantes.

Pero, además, el parque tevergano debe servir de estímulo para conocer los principales yacimientos asturianos, varios de los cuales permiten el acceso a las pinturas originales. El caso más destacado es el de Tito Bustillo. Tras haberse movilizado reiteradamente, los riosellanos han conseguido que cuajara al fin su reivindicación de que se construya un museo que, además de subrayar el enorme valor de la que es sin duda una de las mejores cuevas prehistóricas del mundo, se constituya, al ofrecer reproducciones facsimilares, en un complemento de la cueva real, tanto en los cinco o seis meses en que permanece abierta, aunque con visitas limitadas, como durante el resto del año. Sin duda así se ampliarían los 30.000 visitantes que viene recibiendo la cueva, incluyendo, como pasa en Altamira, donde el acceso al yacimiento real ha sido muy restringido, a los que la conocerían sin penetrar en ella.
En el caso del arte prehistórico, el debate entre divulgación y conservación ha ido cobrando cada vez mayor intensidad y los científicos presionan cada vez más hacia la restricción de las visitas. Candamo, que fue, en 1916, la primera cueva asturiana descubierta, pagó cara su apertura al público sin un control adecuado y hubo de ser sometida a una larga cuarentena. Llonín nunca ha sido abierta al público. La Covaciella, tampoco. La impresionante cueva francesa de Chauvet, cuyas pinturas fueron descubiertas pocos días después que las cabraliegas, en 1994, permanecerá cerrada. Pero en estos casos es lógico y legítimo que los ayuntamientos que albergan esos tesoros quieran beneficiarse de ellos en todos los aspectos, desde el cultural hasta el turístico. Y habrá que buscar fórmulas para ello.

Para Asturias proteger su patrimonio y ponerlo en valor, tanto en el aspecto científico y cultural como en el económico, es un objetivo en torno al que cualquier exigencia será pequeña. Y el prehistórico es, sin duda, por su singularidad y valor, una parte fundamental.