Truyés en un puñado de nombres
Artículo puesto en línea el 3 de agosto de 2005
última modificación el 13 de octubre de 2006

por Gerardo Díaz Quirós

3/8/2005
La Nueva España

Truyés en un puñado de nombres

GERARDO DÍAZ QUIRÓS

Hemos de verles un día vagando con los finsos al hombro por el Cierru Pan y el Tayu la Fonte, clamando por misas que perdonen cada tronco de humero que talaron alevosamente, carretando agua en una paxa desde el regatu a les güelgues, machacando tarrones sin descanso en la llosa de Ca Viña, xoncidos pa echar gabita al carro que lleve la piedra y la teja de Ca Colás al otro mundo. Se oirán en la noche las cadenas arrastradas de su pena y apagarán misteriosamente la vela de cada candelero que vean encendido suplicando una oración al alma más necesitada.

Buscarán por los cajones que quemaron un escapulario del Carmen que mengüe su purgatorio; desgranarán mil veces el mismo rosario de pena e impotencia que hubieron de pasar otros al dejar atrás el solar de los suyos. Un día les pronunciarán despacio el nombre de Truyés sin darles tiempo para sacar los gatos del estómago. A todos, al que mata, al que tién y al que mira si va bien.

Uno que siempre creyó en la última misericordia infinita necesita ahora del azufre y las calderas. Porque apenas queda otro consuelo para un pecado que tiene mil nombres; que hoy es Truyés, pero mañana se llama La Arena o Peroño, por pisar tan sólo terreno conocido.

No entenderán nunca el dolor sentido, y en cierto modo bastante desgracia tienen por ello. En el fondo quisieran llamarse Xosé, Jesús, Covadonga, Dulce para oír las historias que cuentan La Lladrera o Los Bravos; para ser felices desbrozando un camino que lleva a otros tiempos que son todos los tiempos; para pasar la mano por la colondra de esos dos horros unidos por un corredor y emocionarse. Estoy seguro de que darían algo por conocer la hoja de los salgueros y les castañares, por aprender el lenguaje de la lloreda y saber qué dice cuando va encima de un carro de herba seco o está plantada en una tierra. Quisieran llamarse Xosé, Jesús, Covadonga, DulceÉ para oler el jabón de la memoria y la ropa blanca tendida al verde en ese lavadero que arrasaron.

Xosé, Jesús, Covadonga, Dulce -y con ellos y en ellos todos los que son y fueron- son nombres que han conjurado el desaniciu. Ejercieron de depositarios de la tradición y supieron cruzar ante la puerta la pala y el raidorio de enfornar. Quemaron sobre la chapa laurel bendito y encendieron la cera del último Sábado Santo. Trazaron un círculo en la tierra para librarse de la pena eterna de vagar sin memoria. Muchos pensarán que perdieron la batalla, pero aunque nada les evite la amargura se han salvado de la indignidad. El eco de Truyés sonará en los pozos de agua y en el olor de la tierra cuando abran una secha, y florecerá por Ramos. Porque Truyés vive en ellos más que antes, como vivirá por siglos en todos los que tuvieron que irse.

Gerardo Díaz Quirós es doctor en Historia del Arte y miembro de la Tertulia Cultural Gozoniega.